La historia de Janucá habla de un hombre Matitiahu HaJashmonaí y sus cinco hijos.
Todo comenzó cuando un judío helenista se dirigió a un altar en la plaza principal para ofrecer un sacrificio pagano. Matitiahu no pudo controlarse y se lanzó contra el renegado y el funcionario gubernamental que lo acompañaba, hiriéndolos mortalmente. Luego destrozó el altar consagrado a la idolatría y, corriendo hacia la muchedumbre judía congregada en el lugar, exclamó en voz alta:”Quien está con el D”s de Israel, que venga conmigo; quien vela por la Torá del Señor y cumple con Su pacto que venga detrás de mí…”
El llamado del héroe se expandió por todo el país y muy pronto se unieron a él todos aquellos que aún conservaban el espíritu del heroísmo y rebelión. Inmediatamente se formó un ejército popular que salió a la lucha contra el rey Antíoco. Después de dos años de sangrientos combates, los judíos derrotaron definitivamente al enemigo y entraron triunfalmente a Jerusalem. De inmediato se dirigieron a purificar el Templo que había sido profanado para restaurarlo y construir nuevamente el altar destinado al Todopoderoso.
“Cuando entraron los griegos al Templo profanaron todo el aceite que encontraron. Cuando los Jashmonaím los vencieron, revisaron, encontraron tan sólo una vasija de aceite puro, que tenía el sello del Gran Sacerdote y su contenido alcanzaba para mantener encendido el candelabro un solo día. Ocurrió un milagro y el aceite ardió durante ocho jornadas. Al año siguiente, fijaron ocho días de fiesta (Masajet Shabbat 21)
El día 15 de Kislev del año 3622 (139 antes de la Era Común) fueron reinaugurados el Templo y el altar, con gran solemnidad.